EL HIMNO A LA ALEGRÍA
Hace muchos años, cuando leí por primera vez Opiniones de un payaso, la célebre obra de Heinrich Böll, me sentí conmovido por una de sus frases: “soy un payaso y colecciono momentos”. Quizás la historia, la historia personal y la humana no debiera ser un crónica bélica ni un inventario de gobernantes más o menos corruptos, sino una colección de momentos (ya, en otro espacio de este blog, hablé de Memoria del fuego, la obra de Eduardo Galeano que creo que consigue este propósito). En algunas ocasiones parece que los hombres y los azares se alían para conseguir algo extraordinario, un acontecimiento que parece convertirse en sacramento de sí mismo, me vienen ahora a la mente, la toalla que un atleta alemán arroja para servir de referencia a Jesse Owens en la clasificación del salto de longitud en la Olimpiada de Berlín de 1936, o el último movimiento de carrera del ajedrecista Mihail Tahl, Re1, es decir, el rey regresa a su casilla originaria como si el jugador quisiera volver al origen de la vida, pocas horas antes de su muerte.
Quizás porque como diría Wagner: “Aquella sinfonía tenía que encerrar el secreto de los secretos”, la creación de la novena sinfonía de Beethoven es uno de esos instantes en que la humanidad se transciende a sí misma. Su autor, ya sordo, no sólo fue capaz de explorar formas innovadoras y crearlas sin oírlas, sino que con esa hazaña convertía en real aquella afirmación unamuniana según la cual la meditación es “hacer sentir al pensamiento y hacer pensar al sentimiento”. Beethoven siente desde las células, desde lo más profundo de sí una idea, transgresora y profunda y piensa una emoción desbordante.
Sabemos que el sordo genial llevaba mucho tiempo queriendo poner música a la “Oda a la alegría” de Friedrich Schiller pero nunca pudo imaginar que el resultado iba convertirse en el “Himno de la humanidad”. El ajedrecista Viktor Kortchnoi, entonces apátrida, lo eligió para que sonase al comienzo del match por el título mundial en Baguio contra Anatoli Kárpov y en muchas ocasiones ha sido interpretado en numerosos actos por la paz.
Beethoven pues no creó una sinfonía o, mejor dicho, no compuso sólo una sinfonía, sino un generador de momentos, una especie de big-bang emocional con el que los monos desnudos podemos soñarnos más humanos.
Para saber más:
¡Un lujo de artículo!
ResponderEliminarMuy bueno e interesante. ¡Enhorabuena!
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