viernes, 27 de enero de 2012

EL CINE DE THEO ANGELOPOULOS


Quiero dedicar esta entrada a mis amigos:

Dolores Martín Diego, la  primera persona que me insistió en que viese La mirada de Ulises.

A Ana Baliñas, poeta y guionista, capaz de amar lo sutil de las imágenes y de las palabras.

A José C. Manzano, cineasta, de quien tanto he aprendido del séptimo arte y con quien comparto el gusto por Angelopoulos.

A Isabel Armesto, hiladora de nudos, portadora de miradas, que me regaló una copia de La mirada de Ulises.

A Carmen Soto Cano por las muchas horas compartidas en torno al cine.



    Existe todavía un cine que te convierte en “coleccionista de miradas desvanecidas” , porque la fuerza de sus imágenes es más fuerte incluso que la de sus personajes o de sus historias.

    El cine de Theo Angelopoulos nos invade de asombro, nos conmueve, no desde la historia, no desde los personajes sino, sobre todo, desde las imágenes , no aquellas que vemos, sino aquellas a través de las cuales vemos. Un periodista que parece levantar el vuelo en la línea de una frontera (El paso suspendido de la cigüeña), unos niños que abrazan a un árbol porque no han podido abrazar a un padre (Paisaje en la niebla), los desheredados que esperan en las nevadas  montañas fronterizas poder pasar al otro lado y cuyo rostro anónimo casi ni vemos (La mirada de Ulises) son fotogramas que llegan a encarnarse en nuestra propia retina.

    Angelopoulos se caracteriza por una gran fascinación por el cuadro único, con largas e interminables tomas. Baste decir, a modo de ejemplo, que una película americana de hora y media de duración suele tener entre 200 y 600 planos, las de este autor griego, cercanas más a las tres horas apenas llegan a la décima parte. Este rasgo no es una manía estilística, sino una invitación al espectador para que participe en la creación. En opinión de Schutte : “Las largas tomas, los planos secuencias, panorámicas lentas y planos largos son escenas de un viaje por el mundo". Su compleja estructura obliga al espectador a su propio desplazamiento interior.

    Es un cine pues de meditación que fuerza al espectador a reconstruir los acontecimientos, muchos de ellos no vistos ni oídos en la pantalla lo que consigue el efecto de abrir la película.

    En la filmografía de nuestro autor, tiene una gran importancia la historia, íntimamente relacionada con los mitos griegos (clásicos, bizantinos o modernos) . Un ejemplo claro es La mirada de Ulises. Trata de un Odiseo terrestre que busca su propia Ítaca (la primera película rodada en Grecia) . Va reconstruyendo el trayecto que las bobinas, aún sin revelar, han realizado a lo largo del tiempo y,  a través de ese trayecto, la historia trágica de los Balcanes, de modo que, cuando atraviesa una frontera  se produce un salto en el tiempo  que nos permitirá contemplar los horrores del nazismo, del estalinismo…hasta desembocar en la trágica Sarajevo donde Penélope tendrá su final , tiroteada mientras tocaba su música, con una orquesta de paz, escondida en la niebla.

    Angelopoulos bebe en los principios estéticos de Bertolt Brecht, obliga al espectador a considerar las limitaciones de lo ficticio. No hay más que ver el comienzo de El viaje de los comediantes con el telón del teatro cerrado, que luego se levanta, o la búsqueda de la película de los hermanos Manaría en La mirada de Ulises. Los personajes son también creados desde el exterior, evitando la catarsis, obligándonos, una vez más, a iniciar una búsqueda.

    Podríamos enumerar muchas otras características del cine de este autor, la preferencia a filmar en la Grecia rural , la crítica a la ausencia de tolerancia (La mirada de Ulises comienza con una manifestación religiosa contra la exhibición de El paso suspendido de la cigüeña) , la dificultad de establecer una sociedad en la que, al mismo tiempo, puedan crecer los individuos sin miedo y represión (en Paisaje en la niebla, los niños huyen de todos sus congéneres que no hacen otra cosa que abusar de ellos, para lograr la libertad).

    Pero quizás la característica, junto con el poder de la imagen y en relación con ella, más importante de nuestro autor es que, pese a no creer en verdades y soluciones absolutas, su cine sugiere trascendencia, acaso porque como diría Platón: “para conocer el alma, un alma tiene que mirar dentro de un alma”. Los técnicos de teléfonos, colgados con sus chubasqueros amarillos de los postes intentando unir los cables al final de El paso suspendido de la cigüeña, el abrazo al árbol de los niños que no pueden abrazar a su padre en Paisaje en la niebla o la enorme mano transportada, quién sabe dónde, por un helicóptero casi al final de la misma obra, nos sitúan delante de la incierta trascendencia que puebla todo el cine de este autor griego.

    Será por todo esto que como decía Horton :”las películas de Angelopoulos nos descubren lo que sólo el cine puede descubrir y que, debemos añadir, sólo raramente consigue descubrir”. Por ello, al igual que la primera vez que pude contemplar La mirada de Ulises, no puedo sino levantarme y decir en el silencio de mi hogar: “Muchas gracias, Sr. Angelopoulos”.